sábado, 31 de marzo de 2018

Escríbeme

Quiero que escribas sobre las pautas de mis costillas, que hagas poesía del órgano que encierran.
Quiero que leas entre las líneas que trazan mis pasos, que mis caderas se muevan al son de tus versos.
Quiero que se nos llene la boca de palabras imposibles (aunque ni siquiera exista eso en nuestro diccionario).
Quiero que cada pestañeo sea un borrador de nuestra historia, reescribirla una y otra vez para que no se acabe nunca.
Quiero que conozcas la anatomía poética, que aprendas a leer mi cuerpo con los cinco sentidos.
Quiero que seas una marca de tinta clavada en mi piel, que tu pluma dé rienda suelta a mi imaginación.
Quiero ser tu musa, la inspiración que te sorprende una madrugada lluviosa y te susurra que te regalará las palabras más bonitas esta noche.
Quiero vestirme con tu caligrafía,  bailar con las iniciales de tu nombre al compás de las letras que me dediques.
Quiero gritar más alto que las palabras subidas de tono y aspirar en mis labios las que tachan de sucias.
Quiero quedarme a vivir para siempre en tus palabras.

miércoles, 10 de enero de 2018

Nuestro

Quien me iba a decir que un día alguien vendría a derrumbar esos muros. Que llegaría para tirar todo abajo y empezar a construir por el tejado. Porque sí, porque el miedo a las alturas ya no da vértigo. Y poco a poco, beso a beso, construir ese tejadito de papel impermeable. Allí donde se difuminan las inseguridades, se susurran los deseos y se recupera el tiempo perdido; donde las luces vienen del alma y las sonrisas hacen eco en la memoria; donde los ojos sólo reflejan lo mejor de cada uno y los labios pronuncian las palabras que merecen ser escuchadas. Allí todo se detiene menos las ganas: las que se tuvieron y las que faltarán, las que se perdieron y las que quizás (no) volverán. Y es que abrir puertas, por desgracia, tapia otras ventanas; y nadie sabe decirnos si un día alguien vendrá a derrumbar esos muros de nuevo.

lunes, 15 de mayo de 2017

Rasguños a medida

Los hielos se derriten al compás de la aguja. El reloj ya lo indica, pero los hilos se amarran al pespunte a destiempo. La sangre baila al ritmo de la balada que canta el silencio para amainarla. El humo se filtra entre los parches y el olor a tabaco seco se cuela entre las lanas. Cuando enhebra la aguja, inmediatamente se teje a sí misma un infinito telar de recuerdos que ayer fueron herida, que mañana serán cicatriz.

Un par de algodones mojados en lo que dicen que lloran los cocodrilos y algunas vendas empapadas en el pasado que, irrompible como el diamante, ya no brilla. Un alfiler que explota los quejidos y un hilo transparente que tira de la mirada hacia al frente. Siempre.

Porque ella, como la lencería fina, se cubre de encajes que saben a ron añejo, de los que ya quemaron las sábanas en su momento y ahora rozan la piel con un gusto amargo. Ella no. Ella no es una muñeca hecha de trapos deshilachados. Ella borda la diferencia y remienda los días que no fueron buenos para coser la calma cuando los rasguños griten.

Así, mientras recuerda que el dolor es humano, da la última calada a un golpe de suerte, antes de que el humo se deslice entre la seda de sus labios. 

miércoles, 26 de abril de 2017

Azotea con vistas al mar

El otro día me encontré con mi corazón en el ascensor. Después del saludo estipulado y las miradas incómodas me preguntó cómo iban las cosas por allí arriba. Oía mucho ruido, decía, y le tenía preocupado. "Estamos de obras en la azotea" le dije. Y me miró extrañado, como si las excusas ya no lo fueran. "Suéltalo" me dije a mí misma. Y allá iban, unos cuantos puños de verdad, que no verdades como puños, de los que cuesta tragar. "Otra vez" le dije. Sin más que añadir. Con menos de lo que me pedía. Pero a juzgar por su mirada... lo entendió; y fue suficiente.
"Compra muebles bonitos" me dijo. Pero para qué engañarse... es el corazón y no le podemos prohibir que hable claro sin decir nada. Con los ojos me advirtió que no comprara más estanterías de las necesarias, porque sabe que ordeno todo lo que encuentro, pero no encuentro todo lo que ordeno. Sabe perfectamente que me pierdo en mi cuadrícula caótica y que busco la exactitud en lo imperfecto.
"Guarda los viejos trastos" me recordó. Precisamente eso, recuerdos, era lo que yo ya había preparado para tirar. "Yo los guardaré si no encuentras espacio para ellos". Y de nuevo volcarlos, de nuevo sentirlos tan cerca que podrían estallar. Hacerse añicos y salpicarnos con cristales. Pero nunca olvidarse.
"Excepto el miedo", me dijo, "para el miedo no hay hueco". Y el miedo volvió a la azotea, con el rabo entre las piernas. Yo, probablemente más arrepentida que él por dejarlo marchar, le susurré que nunca se fuera. Y él, claro, construyó rejas en un ático con vistas al mar con la excusa de protegerme. Centro de gravedad en el pecho pero azotea orientada al norte por eso de no perderlo, qué irónico ¿no?
Llegamos al último piso. Ahora es cuando viene el silencio estipulado también. "Te acompaño" dijo. Abrí la puerta con doble llave. "No hay peligro, no necesitas cerraduras" me dijo. "Y así fue como te robaron" pensé. Crujidos y un portón abierto de par en par. Miró triste al interior; al exterior artificial sobre el que me había empeñado en construir un tejado. Se asomó a las rejas. "El mar es bonito". Y yo lo sé, o algún día creí saberlo. Sin embargo las paredes se volvían opacas. Cada día un poquito más.
"Pero de cerca duele" dije. El corazón me sostuvo la mirada. "¿Acaso no duele vivir deshidratado sin tocar el agua?". Y solo recé para que cuando la sed asfixiara lo volviera a encontrar en el ascensor, pero esta vez para quedarnos en su casa. Para escuchar el suspiro de los pulmones muy alto, tan alto que no escuche las obras de la azotea. Para bajar de vez en cuando a la entreplanta camino de las piernas y entretenernos un poquito antes de subir. Para bailar al ritmo de un latido muy fuerte, muy suyo, muy nuestro.

sábado, 20 de febrero de 2016

Grandes Inconformistas

Hoy es día de hacerles un huequito en este mundo tan humano a los grandes Inconformistas. Sí, los que disfrutan de una constante carrera vital y se alimentan del deseo de imponerse nuevos límites. Por desgracia, siempre rodeados de ciertos ‘’manostijeras’’ que se sacian a base de cortar sus alas una y otra vez, sin caer en la cuenta de que nuestros queridos Inconformistas ejercitan entonces sus manos para trepar la infinita escalera de proyectos. Eternamente sedientos de nuevas metas, incansables son las ganas de alcanzarlas. Tenaces discípulos de la vida, la que les enseña a valorar cada uno de sus triunfos y aprender de las derrotas con las que el destino les obliga a tropezarse.

Y yo, Inconformista por excelencia, cazadora de ambiciones y atrapasueños de nacimiento, os invito a saber apreciar los mínimos progresos y las incontables caídas que nos alientan a continuar, a sobrepasar un límite como si NO fuera el último y a saborear el placer de crear nuevas fronteras que cruzar. Sentir el hambre de nuestro cerebro que demanda nuevos conocimientos y escuchar el rugido de nuestro estómago indicando que por fin es la hora de comerse el mundo. Hormigueo en la tripa solo con pensar qué será lo que vendrá después y esas cosquillitas en el corazón porque no podemos evitar enamorarnos de la vida.

Por nosotros, los soñadores que no dejaremos que nos quiten las ganas de caminar sobre las nubes. Por la sed de victoria que jamás un desacierto hará que cese. Por los que nos admiran, y por los que lo hacen en silencio porque el rencor les impide confesarlo. Por los éxitos y fracasos recolectados con todo el cariño del mundo, pero ante todo, por no conocer nuestro diccionario la palabra ‘’rendirse’’.

Y es que, entonces, me pregunto: ¿qué sería de mí sin ti, escritura; sin vosotras, palabras?


martes, 9 de diciembre de 2014

●●●

Apaga la luz, vamos a ver un amanecer de dorados alfileres clavandose en nuestro pecho.
Vamos a observar el horizonte bajo tus sábanas y estudiar las sombras que se proyectan en tu cama. 
Combatiremos el frío matinal con el abrigo de nuestros labios y la bufanda de tu risa nos envolverá. 
Apaga la luz para que el Sol se derrita en nuestros abrazos y el canto de los gallos se confunda con respiraciones alborotadas.
Dejame beber de tus ojos café, dejame respirar el aroma de tu piel canela aunque sea por última vez. 
Comparte conmigo una ducha de caricias para quitarte las legañas y cerrar el grifo de tus bostezos. 
Yo secaré las gotas de sueño pegadas a tu cuerpo y te ofreceré la toalla que tantas veces habré tirado.
Ponme ese vestido de besos que tanto te gusta y no te olvides de atar mis inseguridades en una coleta. Como broche final, ese lazo que nos une y unas gotas de perfume de amor barato. 
Descuida, ya me encargo yo de anudar tu corbata (y mi garganta) mientras retoco unos últimos detalles de tu adiós.
Antes de irte, apaga la luz, que no pueda escuchar la puerta de mi corazón cerrarse ni la llave precipitándose en el vacío de tu bolsillo. 
Antes de irte, apaga la luz, nubla tu presencia y mis ganas de volver a verte, que yo me quedo en silencio acunando entre mis brazos los recuerdos de esta noche. 


jueves, 4 de septiembre de 2014

¿Quién eres?

Eres un café recién hecho a primera hora del lunes; el mendrugo de pan que recibe un mendigo; el segundo de calma en una tempestad. Eres el rocío que madruga en el duro invierno y el grillo que trasnocha cantando en verano. Eres la sonrisa de un lector que termina un libro; la pluma sin la que el escritor no podría vivir; la tilde del corazón. La letra mayúscula de tu nombre sobre la que mi mente se balancea sin aviso. Eres el instante de euforia que ataca durante los primeros acordes de tu canción favorita y la emoción de haber cantado a pleno pulmón hasta la última nota. El primer rayo de sol del alba al que da paso la luna; la brisa matutina que recorre la playa más bonita del mundo. Eres la sombra de la que ya nadie se fía, la que vaga en las noches oscuras buscando cariño; el primer copo de nieve de una ventisca polar; el último recuerdo antes de caer en el olvido de la muerte. Eres la bocanada de aire puro tras un apasionado beso; el brillo de los ojos de un enamorado; las memorias de un viudo. Eres el chiste que amaina las ganas de romper a llorar; la esperanza de encontrar la paz en medio de la guerra; las ganas de soñar pasados los 50. Eres lo que le da vida a la propia existencia. Eres, y con eso es suficiente.